sábado, 21 de abril de 2012

Ironías

Yo no creo en los columpios que se mueven solos, ni en los pájaros que no cantan, ni en el sol que te ciega.
Yo no creo en las interrupciones a corto plazo y largo plazo, en las indeciones matutinas, en los llantos ahogados.
Yo no creo en los gritos en la ducha, en las pesadillas de secuestradores, criminales, asesinos. 
Yo no creo en las locuras por amor, en las marcas de nacimiento, en las cicatrices rojas.
Yo no creo en las palabras sabias, en las dudas, en la empatía ajena que nunca se manifiesta.
Yo no creo en los fantasmas del pasado, en las noches en vela, en las jaquecas emocionales.
Yo no creo en el viento que despeina mi alma, en la luna que mece los sueños de otros.
Yo no creo en el arte de confeccionar mentiras, en que nunca nadie olvide mi nombre
 

domingo, 29 de enero de 2012

Carnaval emocional I

Días en los que te levantas nublada y deshalentada, con jaqueca y el aliento de la nostalgia incrustado en los cristales de las gafas es vaho que empaña tu mirada y tus sentidos, que se sienten cada vez más torpes. Las dudas revolotean a tu alrededor, como mariposas perdidas en la nieve y el dedo meñique te duele porque tienes una cicatriz del vaso que se te rompió ayer mientras lo fregabas pensando en que tienes que vestirte con un poco de optimismo.

Camiseta de rayas y música folk, la prisa te sale del esófago, aún caliente del café, y no te deja ver más allá de la cremallera de tu abrigo. Te cuesta levantar la cara del suelo, la zanahoria cada vez más lejos y tú sin expectativas de alcanzarla. "Un globo aerostático" ruegas al vacío; el silencio te devuelve un suspiro entrecortado dentro de tu bufanda y más vaho para tus gafas. Una idea te secuestra en un zulo decorado por ti misma, pero no sabes gritar ni tocar la guitarra ni montar en bici. Podrías escapar trepando por un agujero, pero cuanto más lo piensas más estrecho se vuelve. Dentro hay un charco, lo dejaste allí la última vez que lloraste, donde flota una botella con un mensaje. Crees que si la abres te despertarías, porque estás en un sueño, porque si no ¿cómo habrías llegado hasta tu subconsciente?


viernes, 9 de septiembre de 2011

Re-caídas



Carolina pasaba las horas sumergida en una vorágine de deber y compromisos, de "tengo que irme, voy con prisa", de "mejor te llamo mañana". Todo aquello no solo le agobiaba, sino que la hacía sentirse anulada como persona, vacía y pequeña; sin quererlo estaba perdiendo su identidad para tomar otra diferente que no terminaba de aceptar. Ese frenesí diario la dejaba agotada tanto física como psicológicamente, lo que le impedía tener tiempo para reflexionar sobre las cosas realmente importantes en la vida, y por esa misma razón se sentía tan extraña y tan ajena de sí misma, pues no solía haber muchas personas que le dieran tanta importancia como ella.

Desde el momento en el que Carolina se percató de su metamorfósis mal avenida, le brotaron tímidas lágrimas de desconsuelo que se deslizaban por su cuerpo en todas direcciones: los sentimentos más profundos que había guardado durante tanto tiempo, se le resbalaban por sus hombros hasta los dedos y en las uñas se le almacenaron pequeñas partículas que le hicieron tener las manos frías toda la noche. Fue entonces cuando se dio cuenta de que realmente necesitaba un cambio, pero no sabía por dónde empezar si ya estaba reconstruyendo su vida e incluso estaba lejos de casa. Carolina se vio en un callejón sin salida, todo el miedo y la angustia de la incertidumbre se apoderaba cada vez más de ella a medida que sus lágrimas caían. Sus ojos emborronados por el llanto, con apenas una fina línea de pintura negra en el párpado, avistaron una foto que no recordaba haberla traído consigo: un diminuto rayito de esperanza se desplegaba en su horizonte incierto mientras se restregaba con la mano para poderla ver mejor.


Si había conseguido ser feliz en otro tiempo donde las adversidades eran casi infranqueables, donde los obstáculos crecían en la nada como bloques de cemento armado, ahora también sería posible destruir todo aquello que atacaba contra su cordura. Una pizca de estabilidad emocional sería suficiente para que Carolina no tuviera el corazón de escarcha, para que la necesidad de protegerlo con una coraza desapareciera. Y la clave para alcanzarlo no sería otra que ser fiel a sus principios, ser como siempre había sido, y no dejar nunca más de amar.

lunes, 1 de agosto de 2011

A gray lullaby in a gray day

Todo lo desconcertante de un agosto recién nacido condensado en vapor de agua sucia empañan sin piedad los cristales de sus gafas. Una lluvia que limpia, una lluvia que desmoraliza, una lluvia casi imperceptible para cualquier ser humano, pero no para quien tiene todo el tiempo del mundo para observar el cielo, para quien se siente vacío a medias.




Carolina, recostada en el sofá del salón, escuchaba el chapoteo de los niños en los pequeños charcos que se habían formado en la acera. Se levantó para asomarse al balcón y poder ver sus rostros sonrientes ante tal desconcertante sorpresa a mediados de verano. La barandilla verde de metal goteaba y eso hacía rabiar al perro del vecino, que intentaba dormir a pesar de los gritos de los niños y el agua que le mojaba la cola. Aquella imagen tan peculiar sería una de esas que jamás se olvidan por muchos años que pasen, pensaba Carolina mientras se dirigía a la habitación para rescatar su libreta, ya que la lluvia acababa de irse y había traído consigo la inspiración necesaria para escribir una nana gris de verano.




A muchos kilómetros de allí, Andrés caminaba por calles llenas de charcos como los niños que Carolina veía por el balcón, y tras un momento de corazonada, de esas que tenía cuando estaban separados mucho tiempo, pensó que su chica estaría como él, sintiéndose pequeñita ante un mundo inmenso.

miércoles, 8 de junio de 2011

I could die for (without) you.




No sabes lo que duele tener que dejar a un lado lo que más quieres para tener que hacer de ti alguien, sobre todo cuando sabes que tal cosa no es posible. A esto podría añadir como argumento mil frases estereotipadas del tipo mi vida sin ti no tiene sentido, porque eres parte de mí, o simplemente no puedo vivir sin ti.

Desde pequeña, siempre que oía esta última, no podía evitar pensar en lo exagerados que eran los adultos diciéndose esas cosas, porque yo veía en mi día a día a personas que sufrían por desgracias mayores que no tener pegado a su lado las 24 horas del día a la persona que amaba. Digamos que habían conseguido que su significado original perdiera ese peso abrumador que aplasta la espalda y el pecho de cualquier enamorado, y como era de esperar, no las veía saliendo de mi boca en el futuro. Por lo tanto para mí tenía el mismo valor que cualquier otro fragmento del guión de la película de marras; se había sobrevalorado y ahora, ese no puedo vivir sin ti, vivía desprestigiado por mi mente, como todas esas frases del cine que repetimos como loros cuando somos niños.


Once, diez, nueve... -no lo sé exactamente- años más tarde, me veo como a esas adultas (o intento de ello) de las películas que tienen una vida terriblemente ocupada, que llaman por teléfono a su familia y amigos porque apenas tiene tiempo ni para respirar y siempre tiene un trabajo muy importante que hacer. Y entre toda esa vorágine de formalismos, obligaciones y, en general, todas esas cosas que tanto sufrimiento y satisfacción suscitan contradictoriamente, me siento estúpida al tenerme que parar, y con sentimiento de culpa, además, a meditar sobre el sentido literal que tiene esta expresión. ¡Lo ha cobrado por fin! Ha tenido que pasar tanto tiempo para entender que sin esa otra persona no puedes vivir, no puedes. Su búsqueda te puede hacer enloquecer, pero una vez que la has encontrado es imposible ser feliz sin ella. Tu corazón no deja de latir ni tus pulmones de funcionar, puedes seguir alimentándote y durmiendo lo necesario como para subsistir, pero tu mente se vuelve distraída, tu cuerpo se vence más rápido, tu energía se agota poco a poco hasta el punto de no tener aliciente para seguir.


No sé quién fue el primero en pronunciar esas palabras, no sé si tuvo en cuenta su peso, el del pecho y la espalda, pero no se equivocaba. Cada vez que me separo de ti mi cuerpo se rebela y me vence, y si le digo vamos, él me contesta de la única manera que sabe.

domingo, 15 de mayo de 2011

Y contemplo y bailo y sonrío como una idiota

Sentirse pequeña, naranja aplastada, estrellada contra la acera. Disminuída y desgarrada.


Cuando vives con un guión predeterminado donde tu horario, mal hilvanado con tus verdaderas pasiones, se deshilacha como una manta vieja, y son precisamente sus hilos los que te ahorcan y al mismo tiempo agarras fervientemente por miedo a no tener nada más. Así, justo cuando vives así, piensas que a cada paso que das cualquier otro podría resbalarse con el rastro de des-autoestima y auto-menosprecio que tu cerebro gotea al caminar, ese jugo amargo que nadie quiere probar pero que se puede oler a kilómetros de distancia.

Ya no me queda argumento y siempre ensayo la misma escena que no lleva a ninguna parte. Soy un Titanic diminuto que bucea en un océano de incertidumbre y estoy a punto de tragarme el núcleo terrestre.

Si me paro a pensar en lo deprimente del asunto se me paran los relojes y me quiebro un poco por dentro si le intento dar importancia; entonces digo "No es para tanto, tienes sonrisas idiotas guardadas en los bolsillos y nadie te las puede arrebatar". Aún así, veo el resto del mundo patinar sobre el zumo de mis zapatos e incluso resbalar y caerse sin preguntar ni una vez el por qué de ese misterioso acontecimiento, que incluso se puede llegar a repetir varias veces la escena. No es el mejor público, pero es el que está dispuesto a caerse. Aún mirándolo con esos ojos, no dejo de plantearme que quizá ser diferente sea mi salvación y al mismo tiempo mi condena. Por ese motivo, si me quedo en blanco y ya no tengo más jugo que puedan exprimir, si ya no me quedan fuerzas y me resbalo conmigo misma tropezando con las suelas de mi zapatos en mis ideas, bailo. No pienso y bailo. Me pongo el vestido marrón y dejo que el desasosiego haga el resto. (Y cierre el telón)

domingo, 10 de abril de 2011

Un abrazo incorpóreo.

Give me a whisper and give me a sing give me a kiss before you tell me goodbye...
Parece increíble que siendo el mundo inmensamente pequeño seamos capaces de encontrarnos con las personas que, bajo una escala social, consideraríamos especiales, diferentes, entrañables, que te hacen sentir bien, que te proporcionan una extraña seguridad anclada en una complicidad de la que no se reconoce su origen. Son personas con un halo de magia, que tienen la habilidad de sorprendernos con sus trucos, que nos motivan en nuestras vidas rutinarias y le proporcionan color. Sin ese tipo de personas el mundo, aparte de tremendamente aburrido, quedaría incompleto, pues dejaríamos todo a cargo del más puro raciocinio y nuestras mentes no lograrían descansar de las obligaciones del día a día. Seríamos algo inhumanos, robóticos y marcianos. No seríamos del todo personas.