Carolina dejó de sentirse pequeña por una noche. Se levantó de la cama en busca de un lugar mejor para acurrucarse: el diván de la terraza parecía perfecto. Allí jugaba a las cartas en verano, leía en otoño, lloraba en inverno y comía cerezas en primavera.
Antes de abrir la puerta tomó conciencia de su discreta desnudez (o su sutil vestimenta) y se puso su pantalón de pijama con estrellas color luna que tanto le gustaba a Ómicron, así se sentiría un poco sirena. Sirena nocturna de ciudad. De una ciudad que besa el océano a duras penas (como yo a ti cuando cierro los ojos y me cuelgo los recuerdos en las pestañas)
Ella observaba sus luces, sus edifios germinados caprichosamente al azar. Semáforos: rojo, ambar, verde. El verde siempre le pareció el mejor, era ligeramente infinito. Pero infinito del todo sólo existían dos cosas para la pequeña Carolina: el universo y el amor.
Aquella noche tenía el amor anudado al cuello, sin ejercer presión ninguna, simplemente un dulce dolor, suave y casi placentero en la garganta metido.
No, aquella noche sus ojos giraban en torno al universo y no pudo evitar acordarse de una de sus películas favoritas: "Me imaginaba explorando los secretos del espacio por el bien de la humanidad y observando nuestro diminuto planeta desde el cosmos" Se sorpredión a sí misma diciendo -La Tierra es una horterada.- mientras recortaba las estrellas de su pantalón y las pegaba a modo de collage en la inmensidad de la galaxia.
4 comentarios:
Un secuestro no.
Mejor que venga porque quiere, ¿No crees?
Me encanta como escribes
asemfiehfuin......(L)
Me gusta muchísimo la pequeña Carolina. Ella, y su modo de pensar y ver la vida.
Me pierdo en tus relatos, son fantásticos.
Un beso MUYGRANDE :)
Y todas las estrellas le pertenecerían ! aw(L
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