martes, 20 de abril de 2010

Coleccionistas de domingos e intercambios de clase.

No existe límite en este ni en ningún otro mundo para nosotros. Los "20" se reproducen con cada mirada de almíbar, con cada impulso de comernos y tu cuello se ha convertido en mi lienzo, donde dibujo sonrisas entre cosquilla y cosquilla.
Nunca antes vi tanta felicidad concentrada en unas pupilas; mi cama huele a tu cuerpo y en cada rincón, una célula tuya. Te tengo grabado entre los pliegues de mi alma, con hilo de plata bordado al ventrículo izquierdo y se me rompen las costuras si, por un casual, dejo de oír los "te amo" que adornan mis orejas. Es entonces cuando pienso que debería cincelarte estos versos en los labios, y borrarlos con saliva y volverlos a escribir, borrarlos y volverlos a escribir, volverlos a escribir...

como si no hubiera mañana.

Porque podría pasarme todas las eternidades que nos quedan exprimiendo mi energía en regalarte las palabras más dulces o inventarmelas incluso, que no habría lenguaje que superase el nuestro propio.

martes, 13 de abril de 2010

Desintoxicación de convencionalismos.


Creía aún que todo había sido un sueño pero no. Durante su letargo, Carolina había perdido demasiadas cosas: había perdido el trabajo, la orientación, la memoria; el hilo conductor hacia lo más profundo de sus entrañas, el cuaderno de Marilyn Monroe donde escribía para desahogarse cuando llegaba de trabajar, el esprimidor y la tetera que le regaló mamá. Se sentó al borde de la cama a pensar y se dio cuenta de que todavía tenía algunos granos de arena incrustados entre los dedos de los pies. Aunque parezca una tontería aquello le hacía feliz porque se sentía de nuevo ella, pero dejando a trás parte del peso muerto que llevaba soportando en la espalda desde hacía tanto. Andrés no daba señales de vida y estaban en abril. Para entonces, creía, habrían escapado juntos a algún punto del mundo lleno de nieve y copitos de tolerancia; de sentido común, de tulipanes...

Permaneció allí, con las sábanas aún medio enredadas en los muslos y una camiseta que ponía Carpe Diem en el pecho. Tenía surcos de sudor en la piel y en los huecos que quedaban libres, estaban incrustados pequeños interrogantes como garrapatas. Todas las viejas verdades se había evaporado, ya no tenía nada claro. Solo sabía que era el Atlántico. Ahora tenía el regusto a vértigo en la boca y las ganas bailando entre las pestañas porque nada a contracorriente de ella misma y la adrenalina siempre la había vuelto loca.