lunes, 30 de agosto de 2010

Carolina sangra por la nariz.


Y una noche me acordé de sus gafas de pasta negra justo en la terraza de enfrente, de su acento brillante, con ese tono tan melódico, tan de doblaje de estrella de Hollywood, que me entró mucho mucho vértigo y se me derramó toda la botella de agua por encima. Parecía una completa idiota, sí, totalmente, con el pelo chorreando y la camiseta pegada a la piel, que me asfixiaba y por un momento creía que era ella quien se adhería tan fuerte a mi cuerpo para no soltarme nunca más.


Apareció una noche, creo recordar que era de noche, en un chispazo, un apagón, un cortocircuíto que me narcotizó dejándome a merced de sus ojos y su flequillo. Fue un boom, un chas, una caída de escaleras de caracol cargada de cacerolas de acero inoxidable de estas que pegan un estruendo enorme cuando caen al suelo. Me volví completamente gilipollas en cuestión de segundos y fueron tan solo eso, segundos, lo que tardé en revivir todo lo que había sentido por ella.



martes, 17 de agosto de 2010

Destino-respiro


Carolina llegó a lo que suponía que era un respiro, un santuario donde abandonarse, perderse y encontrarse; un descanso, un fin de semana en la playa, un puente en Madrid. Carolina desembocó en el cansancio de decir siempre buenos días a las 10, de la rutina de cocinar a las 2 y media, del tedio de ver la tele después de comer. Así que aterrizó en una noche de huellas infinitas con rastros de estrellas a medio crecer, que le daban vueltas alrededor de la cabeza y se ponían coquetas para luego hacerla enloquecer. Y como no podía soportar más la presión de los astros, de la órbita, del infinito, se puso las sandalias que le hacían daño en los pies y metió algunas cosas en su mochila roja y se largó. Entonces dejó un rastro tras de ella, parecido al de las huellas de las estrellas pero más sutil, era en forma de olor, un olor a ella, ése que probablemente solo capten los perros. Y cuando llegó a su destino-respiro sientió sus pulmones hacerse grandes y más y más potentes, tanto que de una sola inspiración se tragó la sal del mar; tanto que de una sola expiración exhaló todas las caracolas que luego Ómicron le regalaría. Pero entonces todavía no se conocían y las estrellas, en los días como estos, jugaban a dibujar y desdibujar el futuro, porque como estaba nublado podían moverse a su antojo sin preocuparse por que le llamaran chaqueteras.

jueves, 5 de agosto de 2010

Angosto.

Pensé es suficiente, pensé ya basta. Como una gilipollas pasaba las horas devorándome el autoestima con exceso de velocidad y fatiga y sollozos que nunca rompieron y lamentos que nunca brotaron de mi boca. Y parecía que la cabeza me centrifugaba y pronto saldrían las ideas sin suavizante de melocotón del que le echan las madres a la ropa para que huela a casa y te invada la nostalgia cuando te largas.
Pensé doy pena, pensé qué asco. Que vomitar mi cerebro en forma de impulsos nunca fue un manjar digno, que me machacaba tanto por dentro a mí misma que dejé de darme tregua, de hacerme la pelota, de mentirme, de decirme un día es un día.
Pensé es patético segir fingiendo que no siento nada. Que no me duele paladear la bilis, sentir a qué sabe la derrota después de haber batallado con tu propia consciencia para ganar sobre esa puta vocecita interior que parece que todo lo sabe.
Pensé ya me he hartado de hacerme la insesible cuando hablamos de que yo me iré un día y dejaré petalos de rosas secos en el escritorio, una foto enmarcada, un oso panda de peluche.
Pensé en un desayuno sin diamantes, de zumo de naraja y croissants. Como si fuera nuestro último día en la Tierra.