jueves, 5 de agosto de 2010

Angosto.

Pensé es suficiente, pensé ya basta. Como una gilipollas pasaba las horas devorándome el autoestima con exceso de velocidad y fatiga y sollozos que nunca rompieron y lamentos que nunca brotaron de mi boca. Y parecía que la cabeza me centrifugaba y pronto saldrían las ideas sin suavizante de melocotón del que le echan las madres a la ropa para que huela a casa y te invada la nostalgia cuando te largas.
Pensé doy pena, pensé qué asco. Que vomitar mi cerebro en forma de impulsos nunca fue un manjar digno, que me machacaba tanto por dentro a mí misma que dejé de darme tregua, de hacerme la pelota, de mentirme, de decirme un día es un día.
Pensé es patético segir fingiendo que no siento nada. Que no me duele paladear la bilis, sentir a qué sabe la derrota después de haber batallado con tu propia consciencia para ganar sobre esa puta vocecita interior que parece que todo lo sabe.
Pensé ya me he hartado de hacerme la insesible cuando hablamos de que yo me iré un día y dejaré petalos de rosas secos en el escritorio, una foto enmarcada, un oso panda de peluche.
Pensé en un desayuno sin diamantes, de zumo de naraja y croissants. Como si fuera nuestro último día en la Tierra.

1 comentario:

Rossina dijo...

me fascinó todo lo leído.