sábado, 28 de noviembre de 2009

Viajando por el sistema solar IV (recogiendo sonrisas en las esquinas)

-¿Esperas a que aparezca tu chico?
-No tengo de eso.

(Una y otra vez resonaba en la cabeza de Carolina.)

Cuando salía pensó que su vida era mucho más deprimente que cuado había entrado, y como si su pensamiento hubiera sido una llamada de socorro, apareció él. Su vecino se dirigía a entrar con otro hombre en el local, aunque no se le veía demasiado entusiasmado.
-Oye Andrés ¿a qué viene esa cara mustia, no tienes ganas de salir con tu primo? Que hacía dos semanas que no me pillaba un viernes libre.
-Que no hombre, que no es eso. Es que hoy no me encuentro especialmente bien.
-Vamos, que harás lo de siempre: te irás el primero poniéndonos excusas baratas como sacar al perro.
Los dos rieron.

Carolina, que aún los escuchaba medio oculta entre los coches del aparcamiento, también rió.
-Bah, paso de discutir contigo, vete antes de que me arrepienta pero si quieres que te excuse delante de éstos para que no se rían más de ti tendrás que pagarme una copa.
-Joder, pues si que me sale caro darte plantón.
Mientras Andrés soltaba el dinero a regañadientes, Carolina lo observaba sin pestañear y siguió su trayectoria hasta que le vio perderse camino al puerto. Ella sin embargo se fue directamente a casa, pero mucho más feliz de lo que habría imaginado.

A partir de ahora sí esperaba a alguien, esperaba a su vecino, su vecino Andrés, que todavía no sabía por qué pero le dibujaba sonrisas idiotas en sus labios muy muy rojos.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Otro 20 que se nos vuela.


Y me parece mentira que pase tan rápido el tiempo, yo creo que se nos escapa, sí, pero no de las manos sino de las pestañas. Yo creo que el tiempo revolotea entre tus pestañas y las mías y tejen como telas de araña pero bonitas, sí, de color verde infinito. Sé que te da miedo, nos da miedo a los dos, pero sabes que si me das la mano yo ya no tengo y creo que a ti te pasará lo mismo, siempre he necesitado una mano calentita a la que agarrarme para no caerme y las mías están siempre tan frías...

Parece mentira como el vértigo se hace grande cuando las telas de araña se rompen, pero creo que nosotros siempre estamos unidos por un hilito invisible, el vínculo, un hilo de oro que nos cosa las costillas como decía esa novela poética que me vuelve loca. Pero menos que tú, claro, menos que tú.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Viajando por el sistema solar III (la electricidad de Carolina)

La tarde se sentía espesa, se palpaba escurridiza, era angustioso quedarse sentada sola en un sofá y viendo pasar el tiempo y las motas de polvo.
Carolina se surmerge fácilmente en su propio universo, un mundo interior donde hay de todo, pero anoche prefirió bucear por otros distintos que le aportaran algo nuevo para que el mes de agosto no le pesara tanto en las costillas.
Antes de que Carolina se ahogara en su océano particular se puso guapa. Se vistió de ilusiones baratas con algo de purpurina en las pupilas, tacones altos azul eléctrico que hacían juego con su sistema nervioso y los labios muy muy rojos.
Sin pensarselo más se tiró a la calle como huyendo de algo, aunque no sabía muy bien de qué. Caminó largo rato sin rumbo fijo, con los pies en el suelo y la cabeza totalmente absorta, que sus ideas hacían remolinos en su cerebro y las células, círculos concétricos. En mitad de los dos hemisferios, una diana donde sólo llegarían las chispas de la bombilla de marras que a todos se nos enciende alguna vez en la vida y que a la de Carolina todavía le falla la corriente.
Por fin se paró, lo hizo en seco pero no bruscamente. Miraba con los ojos muy abiertos el cartel donde ponía Neptuno, el bar de copas más famoso del pueblo. Decidió entrar pero no porque le llamara la atención, el lugar le parecía muy corriente, sino porque le gustó el nombre. Le recordó a las tardes con su madre leyendo poesías en la salita con los libros de mitología clásica por delante. Su madre era profesora de latín y griego y desde pequeña le había enseñado frases hechas y letras del alfabeto. Así fomentó su amor por la cultura clásica, por los mitos porque todo era idealizado y fantástico y de pequeña eso le hacía sentir bien. En ese momento, Carolina descubrió que le seguía haciendo sentir bien y que echaba más de menos a su madre de lo que creía, incluso puede que añorara un poco su infancia, pero sólo poquito.
Entonces entró en el local, atenta a todos los detalles, enseguida supo que no estaba hecho para ella. Se sentó en la barra , pidió vodka con limón y justo cuando le sirvieron la copa pudo darse cuenta de que al otro lado de la pista, un tipo algo mayor que ella no le quitaba ojo. La miraba de esa manera que tanto odia de la gente, como si te hicieran una radiografía con los ojos y pudiera ver a través de tu ropa, de tu piel, tus órganos y tus huesos con la intención de tocarte el alma maliciosamente para poder decir "te he tocado y te ha dolido". El tipo se le acercó de manera sigilosa, como por fases, para que no se diera cuenta, pero ella si se saba y cada vez sentía más angustia. Tenía cara de serpiente y las cejas muy perfiladas, pero sólo pudo percatarse de ello cuando lo tenía a un metro de su cara.
-Hola guapa ¿estás sola?
-No
-Yo no veo a nadie contigo. ¿Estás esperando a que lleguen los demás?
-Bueno...
-¿Esperas a que aparezca tu chico?
-No tengo de eso.
-¿A tus amigos entonces?
-Tampoco, los tengo muy lejos, a veces se me olvida que todavía están ahí.
-Pues no te entiendo, me dices que no estás sola pero no tienes a nadie.
-¿Qué dices? Que no hombre, que no estoy sola.

El sistema nervioso de Carolina era más eléctrico que antes pero ya no hacía juego con sus tacones azules porque se había vuelto rojo como sus labios. Dejó la copa y salió todo lo corriendo que le permitían sus zapatos dejando a trás todas las chispas y todo el humo de la sofocante sala del Neptuno.

martes, 10 de noviembre de 2009

Idiota o no idiota, pero sonrisa.



Reducir una vida a poco más que eso.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Je deviens automne.


"Con frío y el corazón tiritando de rojo que es, me vuelvo otoño.
Soy hoja suicida del yermo paraje. Mis venas no están secas y mis ojos lo dicen, que mi jersey huele a naranja todavía, a calle húmeda, a charco. Vivo incoherente y caótica dentro de un invierno frío sin órganos para mí. La autodestrucción ya ni me asusta, la exigencia desmedida sigue siendo masacre a ojos vivos pero no duele porque ya no me sale sangre si me clavo los cristales rotos en la planta de los pies. Voy descalza, desgasté las suelas de dar tumbos, de pasear por París, de perderme en la Avenida de las Promesas por Cumplir. Tengo sed de tazas humeantes y batallones de abrazos, ejércitos de manos dispuestas a sujetarme si pierdo el equilibrio cuando me mira la luna. Y sobre todo cuando me grito en silencio y desgarro mi garganta con el ácido de mis ideas temerarias."

Hoy me desperté con una Carolina bulléndome dentro y siento que, a ratos, habla por mí.