jueves, 20 de mayo de 2010

Y seguir formando parte de los capítulos de tu vida.


TÚ: Yo tampoco escribo mucho ahora

YO: También me he percatado de ello.

TÚ: Prefiero dejar mi inspiración para escribirte

YO: ¿Me dedicarás algo?

TÚ: Existen millones de formas de decir te quiero sin usar esas palabras. Utilizo mi inspiración para encontrar alguna otra forma más para decírtelo. Aunque si prefieres que te lo diga a la vieja usanza solo debes decírmelo.

YO: No sabes lo feliz que me has hecho en estos segundos

TÚ: Pues tendré que esforzarme más, unos pocos segundos están muy lejos de mi objetivo.

YO: No quiero que pienses que solo he sido feliz durante esos segundos, me refiero mientras leía todo eso.

TÚ: No lo pienso.

YO: Soy feliz desde que estoy contigo

TÚ: Pero quiero que cada segundo para ti sea inolvidable para ti

YO: Y yo estoy deseando formar parte de los capítulos de tu vida

TÚ: Ya formas parte de ellos

YO: ¿Sabes? Cuando te estaba leyendo estaba pensando que cómo es posible que seamos tan iguales, porque a mí me pasa lo mismo, me gusta decir te quiero sin decirlo, aunque también con esas palabras, pero tampoco me gusta romper la magia.

TÚ: Te quiero

Yo: Yo también te quiero.




Y desde entonces no he dejado de quererte. 365

sábado, 8 de mayo de 2010

Como guardar los ojos en un réquiem.

Cuando Carolina llegó a Villa Aurora se le partió el corazón al encontrarse a don Julián tan deteriorado. Don Julián era su vecino de abajo, un señor muy mayor que caminaba con dificultad, apoyado siempre en su bastón de punta de marfil en forma de león. Según tenía entendido, desde que se había jubilado tan solo se dedicaba a la pesca y dar paseos por la playa y por el puerto, pero antaño había llevado una vida convulsa, pues había sido escritor y apostado por la libertad en un momento en el que las palabras eran poco más que magia de cuentos de hadas.
Carolina le preguntó por su estado de salud, pues tenía ojeras y la piel muy pálida, los huesos se le adivinaban bajo la camisa blanca y las mangas cortas le quedaban más holgadas de lo normal. Pero sorprendemente no estaba enfermo como ella creía, ni había tenido un pequeño accidente doméstico ni ningún altercado parecido; estaba así de pura tristeza, frustación, calamidad. La fuerza de la memoria era lo que lo mantenía con vida, y al mismo tiempo, lo estaba matando a golpes de recuerdos de sangre. Casi sonó irreal cuando le dijo, con la voz llena de sentimientos encharcados, que llevaba una semana en la que a penas dormía, con el miedo en el cuerpo a todas horas, porque desde que el vecino del primero había empezado las obras escuchaba, un poco antes del amanecer, unos golpes secos en el patio. Esos golpes no eran de otra cosa que de preparar el material y colocar las herramientas, pero a don Julián le recordaba, tal y como le hizo saber a Carolina, a cuando era a penas un chaval y lo metieron en la cárcel por rojo, y todas las mañanas se llevaban a algún amigo al pelotón de fusilamiento.
Carolina le regaló una sonrisa triste y se apresuró a decirle que no tuviera miedo, que esos tiempos ya habían pasado. Pero cuando don Julián se giró para proseguir su camino, no pudo reprimir dos lágrimas de puro fuego que le quemaban la cara como pólvora de cañón. Pues él no era el único que tenía pesadillas con remover el pasado y traerse consigo la tragedia.