Mi maestro decía que no utilizara la palabra
corazón ni en
poemas ni en textos porque era demsiado predecible, demasiado típico y que me creía capaz de algo más original. Por eso empezaré contando que ese órgano que bombea sangre una y otra vez sin parar (¿de verdad? ¿sin parar?) hizo
crack! el jueves negro de 2009 (de un mes que se volvió
maldito hace dos años) Y bueno, se podría decir que sigue bombeándola porque no he muerto, que
paradójicamente me siento más viva que nunca, pero que ya no lo hace por ninguna meta especial, es la inercia la que lo manjea a su antojo hasta que encuentre un aliciente para seguir moviéndose al compás de mis parpadeos.
Ya he dejado a trás mi adicción a los puntos suspensivos, ahora me coloco con paréntesis, los inhalo, los fumo, los
esnifo, al ritmo de esta
melodía surrealista susurrada en aliteraciones (ese, ese, ese...) que me acompaña día y noche y que ya forma más parte de mí que mi apéndice. Lo hacía un día y otro y otro, me acercaba a perder el conocimiento pero nunca llegaba, nunca llegaba al coma siempre sobrevivía a mis propias majaderías, a mis ideas retorcidas que me llenan el cerebro de
clavos oxidados, ¡de mierda! y que al lado me encuentro a mi imaginación dibujando paisajes de
sueños rotos y me paro a pensar que quizá yo no hubiera hecho lo correcto, o mejor dicho, lo normal en esas circunstancias.Y entonces me di cuenta de que no había actuado como una persona enamorada, sino como lo que realmente era.
No es que no lo quisiera, es que había algo por encima de todo aquello que lo/nos superaba y no sé lo que es.