sábado, 30 de octubre de 2010

Mentiras.


Octubre es un seudónimo de frío, de cambio; es desgarrar y desarraigar; es caer en picado y que te sangre la nariz en un charco de lluvia, es mojar tus botas nuevas y llevarse pegada una hoja seca en la suela; es dar una bofetada y que te la devuelvan más fuerte; es ruido ensordecedor y silencio, eterno y sobrecogedor que te rescata de una mala pesadilla. Octubre, es el epicentro de una mala racha, es sacudir la cabeza al pasado y que te pongan la zanahoria delante del futuro; es romper y separarte y huir, pero también arrepentirte de noche cuando te miras al espejo y ves que no te ves. Octubre es tenerte en vilo cada segundo que no tienes lo que quieres tener, que no oyes lo que quieres oír, que no sientes lo que deberías sentir si nada de esto ocurre. Porque octubre, es un choque frotal contra el parabrisas; es un bucle en el espacio ¿y en el tiempo? mi sonrisa. Porque ya no tenemos nombre como conocidos; porque los desconocidos sienten curiosidad y yo estoy insatisfecha a pesar de que llevo tres octubres tatuados sin ningún sobresalto que contar. Solo que no sé lo que quiero, pero eso no es culpa de octubre.

viernes, 8 de octubre de 2010

Como el monstruo de Frankenstein.

No considero, no indago, soy conscuente con mi era: en el planeta de la posmodernidad ninguna acción tiene efecto; todo es inmutable si el presente flamante agostó el pasado, fulminó el futuro.

Es imposible escribir con cordura mientras tienes como banda sonora el telediario, pero esta frase de Pablo Gutiérrez es la única que une con imanes y post-its mis ideas revueltas, que ahora mismo son todas. Ya no tengo cabeza, tengo una nevera de estas de los hoteles, pequeñita, con el espacio justo para alguna botella de los jueves, para el zumo de por las mañanas. Todo se hiela, se está helando y todo el mundo mira para otro lado. A quién le importa si ya no lo miras con otros ojos, si no le dices nada para no clavarle monosílabos. Todos tienen un chaleco salvavidas que reza yo también tengo problemas en naranja fosforito. Nadie se conmueve, nadie se sobresalta, nadie grita nunca. Y a mí, que me pincha la escarcha que se agarra entre la uña y la carne, se me resbalan los motivos y las ganas de intentar cambiarlo, de buscar la garantía de este frigo-cerebro y reclamarle al Corte Inglés y la Seguridad Social que me ha estafado al convencerme de que podría ser uno de ellos. Ahora tienen una generación sin entrañas y yo, otra enfermedad crónica a parte del asma, llamada desilusión.