sábado, 31 de octubre de 2009

Viajando por el sistema solar II

Carolina gira en torno a sí misma y busca la barra. La tiene a unos cinco metros, justo a su derecha. El Neptuno no es un bar pequeño, pero nada más entrar da la impresión de que sus cuatro paredes te estrujan y que lo seguirán haciendo a medida que permaneces sobrio, para, de alguna manera, obligarte a beber y cuanto más lo haces, más sientes que su estancia angosta se dilata, como las pupilas de todos aquellos que dislocan sus brazos al ritmo de la música tecno-funeraria. Es entonces cuando te liberas del todo y sientes que nada ni nadie puede oprimirte. Por eso, piensa Carolina, ha ido a parar a allí, porque imagina que cuando se termine el vodka todos los ladrillos que lleva acumulando durante años alrededor del pecho se reducirán a arena y la dejarán respirar de una vez.
Entonces esquiva todos los zombies que encuentra a su paso, jóvenes pseudo-yonkis con ojeras, mirada perdida y algo de maría en el cuerpo, para sentarse en la barra a esperar que el camarero no sea de esos que te violan con los ojos. Se sienta y cruza las piernas. Cuando una mujer cruza las piernas en un bar puede ser por varios motivos: porque se siente incómoda, porque intenta aparentar ser alguien más interesante de lo que en realidad es o simplemente porque se le nota la raya de las medias cuando lleva falda. Carolina nunca ha necesitado aparentar, es algo que le sobra y siempre se siente incómoda rodeada de gente, así que cruza las piernas porque se está dando cuenta de que, al otro lado del bar, cerca de una pantalla de plasma gigante, hay un chico que no es el camarero y que la está violando con los ojos.

domingo, 25 de octubre de 2009

Viajando por el sistema solar I

Carolina se lanza a la calle con violencia, con ansia, con la sangre hirviéndole y palpitándole frenéticamente en las sienes. Sus pies son conducidos como autómatas de pasos de cebra, semáforos y señales de prohibido. Prohibido dejarse llevar por los demás humanos (por los demás borregos). Ella va sola, como siempre, se rasca la cabeza mientras piensa que toda esa gente que se la queda mirando no están ni la mitad de perdidos que ella y sin embargo les falta algo que nunca ha perdido. Las ganas. Por eso esta aventura, la de encontrarse con cualquier persona, en cualquier bar, en tomar cualquier copa de cualquier alcohol no fermentado que le destrozará por dentro hasta desintegrarla cualquier día que haga buen tiempo y la noticia de "Tu hija está ingresada en el hospital" te destroce un precioso día de campo.
Carolina acaba en la puerta del Neptuno. Entra. Se desliza por el interior de ese antro oscuro y sin aliento, sin a penas ventilación y con el ambiente cargado de humo y ectoplasma. La música es como el ruido de la calle, sin personalidad. Bueno no, es peor porque al menos el rumor de los transeúnters al pasar te demuestra de alguna manera que estás vivo, se producen corrientes de aire a tu alrededor, la fricción del viento en tus mejillas, y aquella persona que acaba de acompañarte en tu camino durante tres segundos también lo está. Pero la música del Neptuno te hacía pensar cualquier cosa menos que estabas viva y eso a Carolina la inquieta demasiado. De hecho ahora, le hierve más la sangre.

martes, 20 de octubre de 2009

Domingos largos, siempre.


Me ahogo porque no siento tu respiración en mi cuello. Sabes que me hace cosquillas en la yugular y mientras, me arde todo el cuerpo y el tuyo está hecho de alguna sustancia inflamable-analgésica que hace que mis gemidos se agarren fuerte a tus tímpanos y se me escape fuego por los poros.
Escozor en las gargantas y el sin vivir en el aire, el vaivén de tus ojos perdidos en los míos, sin saber qué decirse y diciéndoselo todo.
Me muero. Me estoy muriendo.
Me quemo. Me estás quemando.
Creo que vamos a salir ardiendo.


Y hoy, el cielo escupe envidia para apagarnos y sabes que no es posible y yo te sonrío en cada charco:
"- Espero que no te llueva mucho para las clases.
- Pues mira por la ventana.
- Ya he mirado, y ¿sabes qué?me encantaría que estuvieramos los dos en un ático, solos, encerrados, apretujados entre nuestros cuerpos y unas mantas de rayas de colores."

martes, 13 de octubre de 2009

Quelques choses avec toi.


Despertarme con tus ojos increíblemente vivos agazapados a mí como un bebé koala y con sabor a croissant y zumo de naranja en los labios.
Ducharnos y cambiar la temperatura del agua con nuestros cuerpo.
Vestirte (Que me vistas)
Perdernos por calles llenas de hojas secas con una polaroid.
Comprar deseos bonitos en sacos pequñitos y luego soplarlos desde lo alto de un mirador para dejarlos en libertad.
Regalarte una bufanda verde infinito con besos incluidos.
Pintar de rojo los pasos de peatones al cruzarlos, que desprendamos amor al pasar.
Hacerte cosquillas con olor a naranja.
Enseñarte a bailar(me).
Besarte bajo una lluvia que no moje.
Beber chocolate caliente con/en la luna.
Hacer el amor... en una nube.

domingo, 4 de octubre de 2009

Días tostados.

Carolina cocina arco iris a la francesa, con mantequilla y lluvia, pero ésta no viene de París sino de sus ojitos tristes de almendra. Ha sacado la receta de una de las cajas donde urgó esta mañana, en esas donde su madre guarda ropa y trastos viejos. También encontró allí un tocadiscos, un reloj de cuerda, una polaroid y varios vestidos de finales de los sesenta. Se los probó todos, pero el que más le convencía era uno blanco de tirantas con una margarita dibujada en el centro. Lo lleva puesto y teme que se manche mientras cocina, por eso va un momento al cuarto a cambiarse. Atraviesa el pasillo y mira de refilón por la puerta de la terraza. Ahí está otra vez, canturreando y silbando canciones de los Beatles está su vecino, parece entretenido arreglando no se qué con la caja de herramientas sobre la mesa. No ha visto a Carolina pero ella a él sí, y de pronto, como en los cuentos donde las páginas rebosan magia desde la primera a la última página, su pequeña lluvia cesa. Hay una nube de un celeste precioso encima de sus rizos que la envuelve mientras se desliza por el mármol. Entra en la terraza y a pesar de que hace ruido al tropezarse con una maceta su vecino no se inmuta, para absorto en su mundo. Carolina no entiende cómo no se ha sobresaltado, supone que anda demasiado concentrado en lo suyo. Y como sabe que hay pocas cosas que desestabilizan así a un hombre, se está quitando el vestido asomada al balcón.
La margarita ha caído dentro de la maceta, el arco iris se está quemando en el horno y Carolina sigue teniendo calor aun sin sujetador.