sábado, 31 de octubre de 2009

Viajando por el sistema solar II

Carolina gira en torno a sí misma y busca la barra. La tiene a unos cinco metros, justo a su derecha. El Neptuno no es un bar pequeño, pero nada más entrar da la impresión de que sus cuatro paredes te estrujan y que lo seguirán haciendo a medida que permaneces sobrio, para, de alguna manera, obligarte a beber y cuanto más lo haces, más sientes que su estancia angosta se dilata, como las pupilas de todos aquellos que dislocan sus brazos al ritmo de la música tecno-funeraria. Es entonces cuando te liberas del todo y sientes que nada ni nadie puede oprimirte. Por eso, piensa Carolina, ha ido a parar a allí, porque imagina que cuando se termine el vodka todos los ladrillos que lleva acumulando durante años alrededor del pecho se reducirán a arena y la dejarán respirar de una vez.
Entonces esquiva todos los zombies que encuentra a su paso, jóvenes pseudo-yonkis con ojeras, mirada perdida y algo de maría en el cuerpo, para sentarse en la barra a esperar que el camarero no sea de esos que te violan con los ojos. Se sienta y cruza las piernas. Cuando una mujer cruza las piernas en un bar puede ser por varios motivos: porque se siente incómoda, porque intenta aparentar ser alguien más interesante de lo que en realidad es o simplemente porque se le nota la raya de las medias cuando lleva falda. Carolina nunca ha necesitado aparentar, es algo que le sobra y siempre se siente incómoda rodeada de gente, así que cruza las piernas porque se está dando cuenta de que, al otro lado del bar, cerca de una pantalla de plasma gigante, hay un chico que no es el camarero y que la está violando con los ojos.

3 comentarios:

Yo dijo...

me gusta la historia de Carolina, espero que haya una tercera parte :)

Manuel Anarte dijo...

Me gustaria leer mis poesias contigo a mi lado en el neptuno, mientras Carolina, que ya no se si es tuya o mia (porque forma parte de mi cada vez que te leo) nos escucha y observa en una esquina, al fondo de la barra, oculta entre columnas de humo.

Te quiero

Desde huelva

Anónimo dijo...

Pobre Carolina. Esos chicos no me gustan. Te hacen pasar un mal trago.

Ps. Es mediano el barrio de Magdalena, un barrio de esos en los que se conoce todo el mundo aunque nunca se hayan hablado.



Sonrisas de Marie.