lunes, 1 de agosto de 2011

A gray lullaby in a gray day

Todo lo desconcertante de un agosto recién nacido condensado en vapor de agua sucia empañan sin piedad los cristales de sus gafas. Una lluvia que limpia, una lluvia que desmoraliza, una lluvia casi imperceptible para cualquier ser humano, pero no para quien tiene todo el tiempo del mundo para observar el cielo, para quien se siente vacío a medias.




Carolina, recostada en el sofá del salón, escuchaba el chapoteo de los niños en los pequeños charcos que se habían formado en la acera. Se levantó para asomarse al balcón y poder ver sus rostros sonrientes ante tal desconcertante sorpresa a mediados de verano. La barandilla verde de metal goteaba y eso hacía rabiar al perro del vecino, que intentaba dormir a pesar de los gritos de los niños y el agua que le mojaba la cola. Aquella imagen tan peculiar sería una de esas que jamás se olvidan por muchos años que pasen, pensaba Carolina mientras se dirigía a la habitación para rescatar su libreta, ya que la lluvia acababa de irse y había traído consigo la inspiración necesaria para escribir una nana gris de verano.




A muchos kilómetros de allí, Andrés caminaba por calles llenas de charcos como los niños que Carolina veía por el balcón, y tras un momento de corazonada, de esas que tenía cuando estaban separados mucho tiempo, pensó que su chica estaría como él, sintiéndose pequeñita ante un mundo inmenso.