viernes, 25 de diciembre de 2009

De hielo puro en las sienes.

El mundo de Carolina, su mente, sus cambios de humor. Todo era intenso y repentino, a veces hasta le dolía que fuera así. Ya habían pasado más de cuatro meses desde aquella vez que sientiéndose infinitamente sola, enfermiza y a punto de desbordarse y deshacerse en agua para acabar infectada en la alcantarilla que había justo al lado de la puerta del Neptuno, Andrés había aparecido de la nada para salvarle, como ella pensaría después. Esa noche cambió su vida porque pensó que él se parecía a lo que llevaba buscando tanto tiempo y creía querer tener. Siempre fue insegura, no sabes hasta que punto lo era, pero en ese instante tuvo la certeza de que se conocerían por alguna razón ineludible.
Ahora es diciembre y el invierno le cincela los huesos y los recuerdos a golpes de incertidumbre escabrosa. Tiene miedo de haber perdido la oportunidad de su vida, la más grande de todas, de haberse destrozado a sí misma, ahogado y sumergido en ese pozo que ella misma cava a menudo cuando de la tierra que se echa encima hace sistemas montañosos que la cubren de lástima.Sí, tenía la puñetera manía de infravalorarse hasta más no poder y hacer creer a los demás que no servía para nada. Su pozo y su silencio, el agua de las alcantarillas, el miedo de no poder respirar; se ahogaba. Aquella noche del 26 de diciembre tenía un miedo atroz a perderse para siempre. Entonces, mientras escuchaba la tormenta que fuera arrasaba con las pocas hojas que le quedaban a los árboles de la avenida, se le ocurrió volver al pueblo donde había pasado, cuatro meses a tras, la mejor época de su vida. Pensó que todavía quedaba alguna posibilidad de que Andrés la recibiera.
Mientras tanto, la noche seguía desvelándola con sus inquietantes sonidos y los recuerdos la bombardeaban de manera intermitente cuando intentaba dormir. Quizás fuera la forma que tenía su subconsciente de querer arrullarla, con recuerdos dulces de sol, porque verdaderamente nadie más lo haría; estaba completamente sola.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Decías: Unidos. Y a mí se me derretían las ganas.

Acabas de irte y las tripas se me han hecho un nudo. Tengo demasiados restos tuyos encima como para no echarte de menos, tu olor, saliva, células varias... trocitos de ti que ya son míos y me apego a ellos para no sentirte desaparecer. Parece una tontería, nos vemos a menudo, pero es que cada vez que pasa un 20 se me hace más difícil pasar el tiempo sin ti. No me gusta.

Y como djo Fito, lo más lejos... tu lado.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Eros y Psiqué.


Me derretía(s). Sabes que conseguías que me ardiera la piel con susurros.

Siempre había pensando que cuando dos cuerpos se atraen tanto se llenan de calor como dentro de una burbuja y por eso no pueden separarse, porque entonce se rompería y destrozarían la magia reduciendola a ilusiones espolvoreada en sus espaldas. Esas espaldas que hierven como sus labios o como sus ojos, sus lenguas o sus manos, quizás ésas ardan más pero no más que los puntos donde se unen lo visible de lo invisible, lo conocido de lo desconocido. Lo que se puede palpar con los sentidos y lo que se puede palpar con ese pedazo de lienzo que todos llevamos enredados en el pecho y le intentamos poner forma pero sólo alcanzamos a llamarle alma y porque la bautizaron los griegos. Lienzo enredado como los cuerpos que danzan y chocan y liberan azúcar por los poros y por eso saben dulces los dos, pero eso lo convierten en palabras bonitas que también se comen pero que no suben el colesterol.

Y todo es un baile de texturas y de olores, no sólo de sabores, que configuran una extraña atmósfera cargada de un oxígeno de nueva creación que los científicos no podrán estudiar sin volverse un poco más locos, un oxígeno que cada uno crea a su manera, con el tiempo, pero que si no lo aspiras puedes axfisiarte igual y entonces te entran ganas de tirarte desde un puente. Pero llega otro cuerpo, que se adhiere a ti, se engancha a tus deseos y te descubre el mundo con nubes de otros colores. Es por eso que desde hace un tiempo las veo que parecen algodón de azúcar, porque de felices se han puesto gordas y redondas y de endulzarlas ya nos encargamos nosotros.