sábado, 26 de septiembre de 2009

Amaneciendo.

Viste las mañanas de adrenalina y discusiones con el kiosquero, que no tiene en su establecimiento la revista de fotografía preferida de Carolina.

Se levantó temprano, con el sonido de las gaviotas como despertador y salió a la terraza en tirantas para corroborar el frío en sus pestañas, que casi le vibraban por sí solas de tanto temblar. Entró en el cuarto de sus padres y buscó entre unas cajas que había dentro del armario. Sacó pantalones de pinza y camisas de cuadros de su padre de cuando era más jóven y vestidos de su madre.
Por fin encontró lo que buscaba: una rebeca violeta de punto que le llegaba a la mitad del muslo y que junto a sus shorts vaqueros y las zapatillas, le daba un aspecto entre infantil y bohemio. No había traído ropa de abrigo por lo que se veía obligada a vestir con aquello. Su pelo olía a fruta y su carita de sueño le hacía parecer vulnerable ante un saludo reprimido en el rellano del vecino o un malentendido con la panadera.
Bajó las escaleras corriendo como quien quiere deshacerse del tiempo y se deslizó por los dos últimos escalones para recuperar el aliento. Al entrar en contacto con el viento de la mañana toda la piel que llevaba descubierta se le erizó y sus piernas de vértigo parecía hechas de mosaico: era una griega clásica pisando suelo postmodernista. Hacía tiempo que nadie las rozaba, acariciaba o besaba y por eso, desde que leyó que la piel tiene memoria táctil, empezó a pensar que sus piernas tendrían amnesia y en el momento en el que alguien las volviera a rozar, acariciar o besar sería como salir de un coma emocional.

Carolina desayuna ahora sentada en un banco, con un croissant en una mano y un zumo de naranja en la otra. Junto a ella y sin abrir descansa el periódico que le ha endosado el kisquero, después de hacerla sentir pequeña e insignificante por quererse comprar una revista de algo que a su parecer era banal e intrascendente. Así que por orgullo lo compró y como los titulares le daban arcadas porque le hace pensar en la miseria del mundo y su desequilibrio (guerra, muerte y destrucción) le da la vuelta y lo enrolla. Las bocinas del muelle anuncia que un barco se va; son las nueve y media.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Lo dicen las tortugas.


Me and you; and you and me. No matter how they tossed the dice, it had to be.
The only one for me is you and you for me,
So happy together.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Con "c" de caos II

Para ahogar las penas (para ahogarse) Carolina se dirigió al mueble bar del salón que, como bien había intuído, estaba provisto de los manjares destilados más selectos. Hacía tiempo que no bebía acompañada y mucho más que no lo hacía sola, pero sentía que quizás fuera la única manera de disipar aquella angustia que le comenzó a atormentar al entrar en el apartamento. Incluso llegó a pensar que si se pillaba una buena cogorza, al mirarse en el espejo, creería que se trataba de otra persona y dejaría de verse sola. Pero no, era demasiado ridículo para ella y no le apetecía que su vecino, por casualidades de la vida, se asomara a la terraza y la viera en una situación tan embarazosa. Por eso optó por un placebo: metió en un vaso ancho todos los cubitos de hielo que pudo y luego virtió té frío de melocotón. Parecía wisky. Carolina quería creer que era wisky. Entonces se encendió un cigarrillo y pensó que desinhibirse era un vicio caro para el bolsillo y la dignidad.

martes, 8 de septiembre de 2009

Los niños pintan recuerdos de verano.


Acostada en su antigua cama y en el sofacante duermevela que la tiene recluída, se acuerda de cuando tenía cuatro años y su ambición no sobrepasaba echar la tarde en la playa.

"Contaba hasta tres y se zambullía en el agua, contaba "1,2 y 3" y desaparecía en el mar como si formara parte de la espuma. Pasaban las horas y la pequeña Carolina seguía en su mundo fantástico de sirenas, caracolas y pececitos parlantes que la miraban con sus ojos saltones y exhalaban burbujas por la boca para hacerle cosquillas en los tobillos. Cantaba, reía y hablaba con lo que consideraba seres mágicos que la acogían como a una más en su particular ecosistema marino.
Soñaba despierta, siempre, incluso alguna vez llegó a mezclar lo inventado con lo real y le resultaba complicado distinguir. Tenía los rabillos de los ojos color violeta y los labios resecos por la sal; la naricita medio despellejada por el sol y cuando se miró al espejo al llegar a casa se percató de un nuevo lunar que le había salido en la mejilla, justo debajo del ojo izquierdo.
-Mamá, mamá ¿qué me ha salido aquí?
-Un lunar, un lunar muy bonito.
-¿Y por qué?
-No estoy segura, será por el sol.
-No duele- dijo la pequeña tocándolo al mismo tiempo que sonreía del descubrimiento.-Es un regalo de Ómicron.
Y la pequeña Carolina se quitó las sandalias y el bañador para darse una ducha, y en el grifo juraría haber visto sirenas, caracolas, pececitos..."

martes, 1 de septiembre de 2009

Con "c" de caos.

Carolina aterrizó en el apartamento de marras sin equilibrio ninguno y con miles de preguntas bulléndole en su interior. Se sentía un poco extranjera frente a su queridísimo Atlántico, como si ella no fuera de nadie, como si no se pudiera arraigar a nada, ni siquiera al océano que la vio crecer y que fluía dentro de ella. Ajena a todo, incluso a sí misma, se dejó caer en el diván de la terraza y se acurrucó en él mientras observaba a su vecino, un chico que rondaría su edad. Entonces sintió la necesidad de conocerlo, algo irrefutablemente repentino como si un resorte le saltara en el estómago y de la sorpresa sus ojos espantados se clavaran en su cerebro a modo de un inútil e involuntario intento de saber cómo funciona esa mente pensante. Se agarró fuerte al asiento, la cabeza le daba vueltas y no iba fumada; eso la inquietó más aún. No sabía por qué pero le daba la sensación de que era el tipo de persona a la que te apetece dedicarle una canción en la radio o escribirle un poema a sus espaldas y pasárselo por la puerta de forma anónima. Y todo porque te aterroriza que sepa que quieres algo de él (él) porque en el fondo sabes que es inalcanzable. Inalcanzable como el océano aquel martes por la noche: aunque le hiciera cosquillas en la orilla lo sentía lejano y eso a Carolina le dolía porque ellos serían sus dos acompañantes durante sus vacaciones.
Por primera vez en mucho tiempo la soledad le provocó tristeza y lloró en el diván mientras su vecino colgaba la última prenda en el tendedero y cerraba la puerta tras de sí.