martes, 1 de septiembre de 2009

Con "c" de caos.

Carolina aterrizó en el apartamento de marras sin equilibrio ninguno y con miles de preguntas bulléndole en su interior. Se sentía un poco extranjera frente a su queridísimo Atlántico, como si ella no fuera de nadie, como si no se pudiera arraigar a nada, ni siquiera al océano que la vio crecer y que fluía dentro de ella. Ajena a todo, incluso a sí misma, se dejó caer en el diván de la terraza y se acurrucó en él mientras observaba a su vecino, un chico que rondaría su edad. Entonces sintió la necesidad de conocerlo, algo irrefutablemente repentino como si un resorte le saltara en el estómago y de la sorpresa sus ojos espantados se clavaran en su cerebro a modo de un inútil e involuntario intento de saber cómo funciona esa mente pensante. Se agarró fuerte al asiento, la cabeza le daba vueltas y no iba fumada; eso la inquietó más aún. No sabía por qué pero le daba la sensación de que era el tipo de persona a la que te apetece dedicarle una canción en la radio o escribirle un poema a sus espaldas y pasárselo por la puerta de forma anónima. Y todo porque te aterroriza que sepa que quieres algo de él (él) porque en el fondo sabes que es inalcanzable. Inalcanzable como el océano aquel martes por la noche: aunque le hiciera cosquillas en la orilla lo sentía lejano y eso a Carolina le dolía porque ellos serían sus dos acompañantes durante sus vacaciones.
Por primera vez en mucho tiempo la soledad le provocó tristeza y lloró en el diván mientras su vecino colgaba la última prenda en el tendedero y cerraba la puerta tras de sí.

3 comentarios:

Dara dijo...

¿Por qué siempre son chicas tristes?


miau
de
leche
merengada

Isa dijo...

solo el amor incalcanzable puede ser romántico, dijo P.

Manuel Anarte dijo...

te echo mucho de menos mi amor, me encanta como escribes

Te Quiero(L)

Desde huelva