lunes, 30 de agosto de 2010

Carolina sangra por la nariz.


Y una noche me acordé de sus gafas de pasta negra justo en la terraza de enfrente, de su acento brillante, con ese tono tan melódico, tan de doblaje de estrella de Hollywood, que me entró mucho mucho vértigo y se me derramó toda la botella de agua por encima. Parecía una completa idiota, sí, totalmente, con el pelo chorreando y la camiseta pegada a la piel, que me asfixiaba y por un momento creía que era ella quien se adhería tan fuerte a mi cuerpo para no soltarme nunca más.


Apareció una noche, creo recordar que era de noche, en un chispazo, un apagón, un cortocircuíto que me narcotizó dejándome a merced de sus ojos y su flequillo. Fue un boom, un chas, una caída de escaleras de caracol cargada de cacerolas de acero inoxidable de estas que pegan un estruendo enorme cuando caen al suelo. Me volví completamente gilipollas en cuestión de segundos y fueron tan solo eso, segundos, lo que tardé en revivir todo lo que había sentido por ella.



No hay comentarios: