martes, 4 de agosto de 2009

Golpe a golpe, verso a verso...

Como no estaba hecha para correr, Carolina no fue detrás de su padre. Sí, prefirió dejarlo ir, que siguiera fluyendo entre la marea humana que lo rodeaba. Otro desconocido más alejándose. Y a pesar de defraudar a su voz/voces interiores, no las ignoró radicalmente: se prometió a sí misma que en breve le haría la visita de marras para reestructurar todo aquello que según sus Carolinas se había desmoronado con el tiempo. Una ola había derribado el castillo que todo padre y toda madre construye al enterarse de que van a tener una hija. Una ola de ira, de rabia, de desesperación. Porque Carolina era sosegada por naturaleza pero tenía un pronto terrible (mar embrabecido, noche tormentosa, torrente febril) o al menos eso le decía su madre cuando la llamaba por teléfono. Ella traía fuego en las venas de nacimiento a pesar de que era agua, y eso nunca lo tuvieron en cuenta sus padres.
Llegó a su casa y nada más entrar por la puerta sonó el teléfono. Era su madre.
-¿Sí?
-Menos mal que lo coges, llevo todo el día intentando hablar contigo.
-Pues adelante, ¿qué quieres?
-¡Joder! qué borde eres cuando quieres, yo no entiendo ese enfado que tienes con el mundo- Carolina empieza a desesperarse, a aguantarse las ganas de colgar.- Pues nada hija, decirte que me voy una semana con tus tíos de viaje y que se queda la casa de la playa sola, que te vayas si quieres porque sé de sobra que no querrás venir con nosotros- (No mamá, no tengo ganas de cambiar pañales y aguantar gritos.)- Así que te dejaré mañana una copia de la llave a las nueve menos cuarto.
-Vale, nos vemos mañana.
-Adiós. Y haz el favor de perdonar al mundo, que no te hemos hecho nada.
-Sí, mamá, sí.

Carolina se exaspera a menudo cuando hablan; tiene el don de sacarla de quicio en milésimas de segundos y a veces ni siquiera son necesarias las palabras. Por eso, por la pesdumbre de aguantar siempre los mismos reproches su "enfado" con el mundo, como ella decía, se fue desvirtuando y haciendo cada vez más grande, hasta el punto de que se le olvidó por qué estaba enfadada. Si es que de verdad lo estaba, porque la única que lo afirmaba era su madre, que se dedicó a cincelar esa idea en su cabeza sutilmente, golpe a golpe, hasta asimilarla como suya. Ésa era una de las desgracias de Carolina, la inseguridad y la falta de equilibro, la duda que la envolvía (se acurrucaba en ella cada noche) No saber si era víctima o culpable. La incertidumbre y el no saber quién era; verse una desconocida.
Por eso Carolina quiere ser.

3 comentarios:

Violeta Font dijo...

ese enfado que tienes con el mundo

esa frase debe estar hecha para que algunos padres la digan a sus hijos, sí



muá : )

Anónimo dijo...

Ójala no nos falten nunca nuestros padres, por lo menos hasta que seamos conscientes de todo lo que los queremos (y nos quieren) y los necesitamos.

Muchas personas dirían: "Vendería mi alma por.."

Pero realmente yo no tengo ese ".." por el que vender mi alma, me conformo con lo que tengo, y estoy bastante orgulloso de ello.

Me encantan mis padres.
=)

Manuel Anarte dijo...

Maldito paris, no pienso en otra cosa mas que por furtuna o desgracia me abandonarasuna temporada, pero seguire queriendote como hasta ahora(L)