sábado, 18 de julio de 2009

Sin inhalador.

A Carolina no le gusta correr, detesta las prisas, que su corazón se acelere por causas físicas. Sus pulmones tienden a jugarle malas pasadas y acaba axfisiándose. Pero lo que verdaderamente le produce asma es la incertidumbre de no saber si sobrevivirá a los días inestables (o a su mente inestable) su tormenta interna, su soledad intríseca e interminente.
Es asmática al desconsuelo y a la angustia.
Carolina cae de rodillas en la tierra, en un descampado de las afueras de la ciudad. Cierra los ojos y ve al niño de la guardería, aún llora porque se fue sin despedirse. Entonces ella también se pone a llorar como otra niña pequeña que es, la que guarda en lo más profundo.
Siente como se agita un mar de ilusiones
y se chocan unas con otras
y se estrellan
y se hacen añicos.
Carolina es agua turbulenta, torrente febril. Es arroyo inquieto en la arena.
Sus botas se manchan de alvero, al igual que sus pantalones, y sus manos se vuelven de color desierto.
Abre los ojos. Ve piedras, neumáticos quemados, una acústica sin cuerdas y con el mástil roto por la mitad, el cadáver de un árbol, más piedras...
Carolina anduvo dos kilómetros en línea recta desde aquella posición hasta llegar a una gasolinera. En el servicio vomitó la tempestad que llevaba dentro junto con las bilis; seguía en ayunas y hablar de su pasado le provocaba naúseas.

3 comentarios:

Manuel Anarte dijo...

El pasado nunca es agradable, es mejor explorar juntos el futuro, ¿no crees?

Te quiero(L)

Desde huelva

Amarilla dijo...

las calles de los pulmones son las mejores para extraviar, no el humo, sino aquella soledad intrínseca de la que habla el relato.

marta dijo...

Carolina aún tiene muchos secretos por contar. Me recuerda un poco a mi personaje de Camile, por las sorpresas que desentraña.
Un beso MUYGRANDE :)