sábado, 14 de noviembre de 2009

Viajando por el sistema solar III (la electricidad de Carolina)

La tarde se sentía espesa, se palpaba escurridiza, era angustioso quedarse sentada sola en un sofá y viendo pasar el tiempo y las motas de polvo.
Carolina se surmerge fácilmente en su propio universo, un mundo interior donde hay de todo, pero anoche prefirió bucear por otros distintos que le aportaran algo nuevo para que el mes de agosto no le pesara tanto en las costillas.
Antes de que Carolina se ahogara en su océano particular se puso guapa. Se vistió de ilusiones baratas con algo de purpurina en las pupilas, tacones altos azul eléctrico que hacían juego con su sistema nervioso y los labios muy muy rojos.
Sin pensarselo más se tiró a la calle como huyendo de algo, aunque no sabía muy bien de qué. Caminó largo rato sin rumbo fijo, con los pies en el suelo y la cabeza totalmente absorta, que sus ideas hacían remolinos en su cerebro y las células, círculos concétricos. En mitad de los dos hemisferios, una diana donde sólo llegarían las chispas de la bombilla de marras que a todos se nos enciende alguna vez en la vida y que a la de Carolina todavía le falla la corriente.
Por fin se paró, lo hizo en seco pero no bruscamente. Miraba con los ojos muy abiertos el cartel donde ponía Neptuno, el bar de copas más famoso del pueblo. Decidió entrar pero no porque le llamara la atención, el lugar le parecía muy corriente, sino porque le gustó el nombre. Le recordó a las tardes con su madre leyendo poesías en la salita con los libros de mitología clásica por delante. Su madre era profesora de latín y griego y desde pequeña le había enseñado frases hechas y letras del alfabeto. Así fomentó su amor por la cultura clásica, por los mitos porque todo era idealizado y fantástico y de pequeña eso le hacía sentir bien. En ese momento, Carolina descubrió que le seguía haciendo sentir bien y que echaba más de menos a su madre de lo que creía, incluso puede que añorara un poco su infancia, pero sólo poquito.
Entonces entró en el local, atenta a todos los detalles, enseguida supo que no estaba hecho para ella. Se sentó en la barra , pidió vodka con limón y justo cuando le sirvieron la copa pudo darse cuenta de que al otro lado de la pista, un tipo algo mayor que ella no le quitaba ojo. La miraba de esa manera que tanto odia de la gente, como si te hicieran una radiografía con los ojos y pudiera ver a través de tu ropa, de tu piel, tus órganos y tus huesos con la intención de tocarte el alma maliciosamente para poder decir "te he tocado y te ha dolido". El tipo se le acercó de manera sigilosa, como por fases, para que no se diera cuenta, pero ella si se saba y cada vez sentía más angustia. Tenía cara de serpiente y las cejas muy perfiladas, pero sólo pudo percatarse de ello cuando lo tenía a un metro de su cara.
-Hola guapa ¿estás sola?
-No
-Yo no veo a nadie contigo. ¿Estás esperando a que lleguen los demás?
-Bueno...
-¿Esperas a que aparezca tu chico?
-No tengo de eso.
-¿A tus amigos entonces?
-Tampoco, los tengo muy lejos, a veces se me olvida que todavía están ahí.
-Pues no te entiendo, me dices que no estás sola pero no tienes a nadie.
-¿Qué dices? Que no hombre, que no estoy sola.

El sistema nervioso de Carolina era más eléctrico que antes pero ya no hacía juego con sus tacones azules porque se había vuelto rojo como sus labios. Dejó la copa y salió todo lo corriendo que le permitían sus zapatos dejando a trás todas las chispas y todo el humo de la sofocante sala del Neptuno.

5 comentarios:

El delineante de cumulonimbos enterrados dijo...

No me gusta Neptuno, ni ese hombre. Carolina estará de acuerdo. Prefiero los anillos de Saturno que son como hula-hops.

Saludos subterráneos.

La chica de la mirada caleidoscópica dijo...

yo prefiero a Júpiter, me inspira más que neptuno.Neptuno siempre me cayo gordo.
Besos de colores

Manuel Anarte dijo...

Me gusta el Neptuno, es un lugar muy poetico, me recuerda a la poesia

Te quiero(L)

Dara dijo...

¿Por qué siempre que es azul, es azul eléctrico?

miau
con
sombrero

La niña que escribió un sueño dijo...

¡Pobre Carolina!
No me gusta ese hombre; me da miedo hasta a mí.

Un besazo color púrpura!