jueves, 25 de noviembre de 2010

Carolina se ha perdido.

Carolina ya no sabe quién es, no sabe que ha ocurrido, pero antes sentía cerca a aquellos que se sacan las palabras de la boca como los magos sacan la ristra de pañuelos anudados de sus bolsillos. Y ya no, no se acuerdo del camino, no es capaz de retroceder sobre sus pasos porque cuando mira atrás... ya no hay pasos.

Carolina se encerró en su cuarto durante siete días y, mientras leía el Conde de Montecristo, se daba cuenta de lo paralelamente inversos que eran. Su cautiverio era involuntario, no tenía verdugo ni carcelero, sin embargo no era capaz de salir porque pensaba que sería una pérdida de tiempo, que no había nada más que pudiera interersarle allá fuera, donde el mundo parecía tan perdido; donde sus vestidos azul eléctrico eran tergiversados por chica de burdel; donde su polaroid apartaba la mirada cada vez que la quería utilizar; donde escribir en un peródico significaba estar o no de acuerdo con la mitad del país.
Así que en vez de cavar un tunel, escarbaba entre sus propios escombros para ver si quedaba algo de ella, de su génesis, de su historia. Su objetivo era infinito y ella nunca daba pie, por eso se acabó rindiendo y enterró de nuevo los pensamientos que podrían haberle abierto la puerta a la libertad.

Hoy, Carolina sigue en su cuarto, debatiéndose entre abandonarse del todo o darse una segunda oportunidad. No le queda suficiente oxígeno ni sabe si lo que tiene es sentido común o propio, pero aguantará un poco más la respiración hasta que se de cuenta que vivir en una prisión no es más que una quimera.

1 comentario:

La niña que escribió un sueño dijo...

Sólo saliendo al mundo Carolina podrá comprender y recordar quién es.

Un besito color púrpura