jueves, 11 de junio de 2009

El verano me lame los dedos de los pies.


Me sobresalté al despertarme y ver su caracola encima de la mesilla de noche, no supe bien lo que significaba aquello hasta que me precipité a las rocas de nuestras dunas de siempre.



A las 22:48 Ómicrón me visitó sin previo aviso. Se sentó a mi lado mientras terminaba su cigarrillo y apartaba la cara para no echarme el humo. Yo le recordé que solía esnifarme su aliento casi sin que se diera cuenta, pero él no contesto, hizo como que no había escuchado y sacudió las cenizas en el alféizar de la ventana. Luego se le escurrió nostalgia e incertidumbre por los poros de la piel, se le salía por las manos y por la cara principalmente. Chorreaba tristeza y la arena que siempre se quedaba entre los dedos de los pies era barro: sus ojitos se habían convertido en cataratas diminutas y yo no podía evitar derrumbarme un poco más cada vez que su caudal aumentaba. Los abismos de siempre me estaban empezando a rodear como una manada de lobos hambrienta en mitad de un bosque.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Eso suele tener la tristeza, que deshace todo lo malo que tienes en las manos.

Un muás de una estrella un poco apagada :)

Manuel Anarte dijo...

No te preocupes por los lobos, yo me encargare de ellos:)

Te quiero(L)

Desde huelva