lunes, 22 de junio de 2009

Recortando estrellas II

Carolina empalmó tres noches de arañazos en la garganta y regusto dulce en los labios, se los relamía sedienta una y otra y otra vez (tus besos).
De la primera hizo una humilde obra de arte: sus manitas hacían de lo imposible un torbellino virtuoso materializándose en órbitas de imaginación.
En la segunda se sumergió en anis (estrellado) tras haberle hecho una fugaz visita a Ómicron en el Atlántico. Las dunas de sus pupilas bailaban al ritmo que marcaban las olas y los de ella parpadeaban al compás de su corazón frenético. Recordó los meses anteriores en los que la mano de Ómicron era la única que le rozaba al intentar sacarla de los abismos cuando se ahogaba; soñar despierta era la única vía posible para sobrevivir.
La última noche fue diferente. Se había bebido los recuerdos en cerveza; amargos y llenos de nostalgia. Se mareaba en el vaivén de las risas de sus amigos. Bebió también recuerdos de naranja, limón, canela, ron y virutas de lo que parecían lagunas de memoria. Era una incertidumbre dulce que le hacía cosquillas en la garganta (nada que ver con las tuyas) Y también bebió vodka como en los últimos tiempos; tardes de primavera, despreocupación e ignorancia. Su pequeño cuerpo nevaba sudor frío, le recorría toda la espalda.
(El tiempo no pasa rápido, compite carreras de fondo contra ella misma. A la pequeña Carolina le temblaban los pies y se desplomó delicadamente, precipitándose a unos de sus abismos: vaso de agua. El caos de Carolina se enreda entre sus dedos y le mordisquea como crías de serpiente con los colmillos a medio creceer.)
De pronto se cansó de intentar cambiar el mundo, sus esfuerzos no parecían servir de nada. Entró en casa y se desparramó entre las sábanas con intenciones de saborear el paraíso.
Su cuarto era una atmósfera cargada de pasión: las paredes de color melocotón parecían abrazarte con los cinco sentidos y todo el textil y las velas hacían de ese espacio un mini-universo genuinamente carolinesco. Le monde rougeâtre, así lo bautizó ella la primera vez que se abadonó al placer de respirar originalidad.
Sus pestañas se abrazaron y la noche la cubrió con el manto de estrellas que ella misma había tejido en forma de collage. Temía que pasara frío, a pesar de todo, seguía siendo muy pequeña.

3 comentarios:

Manuel Anarte dijo...

Cariño, me encanta como escribes^^, eres muy buena. Describs de una forma impresionante y eso me encanta, ahora duerme y descansa. lo necesitas

Te quiero

Desde huelva

Isa dijo...

'La última noche fue diferente. Se había bebido los recuerdos en cerveza; amargos y llenos de nostalgia', sublime.

Dara dijo...

Y el vodka terminó sabiéndole a encanto, contra todo pronóstico, y dejó de intentar cambiar el mundo para limitarse (o quizás expandirse) a caminar por él, sintiéndolo en la planta de los pies. Aunque fuera muy pequeña.



un miau de caramelos de limón :)