martes, 17 de agosto de 2010

Destino-respiro


Carolina llegó a lo que suponía que era un respiro, un santuario donde abandonarse, perderse y encontrarse; un descanso, un fin de semana en la playa, un puente en Madrid. Carolina desembocó en el cansancio de decir siempre buenos días a las 10, de la rutina de cocinar a las 2 y media, del tedio de ver la tele después de comer. Así que aterrizó en una noche de huellas infinitas con rastros de estrellas a medio crecer, que le daban vueltas alrededor de la cabeza y se ponían coquetas para luego hacerla enloquecer. Y como no podía soportar más la presión de los astros, de la órbita, del infinito, se puso las sandalias que le hacían daño en los pies y metió algunas cosas en su mochila roja y se largó. Entonces dejó un rastro tras de ella, parecido al de las huellas de las estrellas pero más sutil, era en forma de olor, un olor a ella, ése que probablemente solo capten los perros. Y cuando llegó a su destino-respiro sientió sus pulmones hacerse grandes y más y más potentes, tanto que de una sola inspiración se tragó la sal del mar; tanto que de una sola expiración exhaló todas las caracolas que luego Ómicron le regalaría. Pero entonces todavía no se conocían y las estrellas, en los días como estos, jugaban a dibujar y desdibujar el futuro, porque como estaba nublado podían moverse a su antojo sin preocuparse por que le llamaran chaqueteras.

1 comentario:

La niña que escribió un sueño dijo...

Así estoy yo, como Carolina, en mi propio destino-respiro :)

Un besito color púrpura