Se me suicidó una musa justo en el mismo momento en el que comprobé que tus manos cada vez están más lejos, tu tacto es un espejismo y nuestra isla, un desierto. No me queda fuerza para enfrentarme a una cuartilla de ese cuaderno que conoces y vomitarme entera, ni para soñar con los ojos quitados o dormir con la boca abierta, porque tengo los párpados secos y la lengua me sabe a distancia. Los recuerdos me pican en la garganta y los pulmones los tengo encharcados del cloro que tragamos cuando jugamos a estar vivos en un campo de batalla, donde no hay mayor arma que las palabras y las bofetadas son blandas. No es febrero ni marzo, nadie me ha robado un mes de mi vida y sin embargo es como si me lo hubieran quitado sin darme cuenta. He entrado en una espiral de juventud, de vida nueva, de relojes rotos y raíces que se pueden transportar donde tú quieras. Quiero llevarme las pulseras y los pendientes y los collares, pero me da miedo de la cangrena de los anillos, de las velas que se encienden y huelen a noche, a Francia, a nosotros y de todas esas películas donde había un final feliz. Porque yo esos nunca me los he llevado y las correas son para los perros, no para los delfines.
Pero aunque todas mis yo me griten en silencio, y al unísono, yo pensaré en todas nuestras fotos colgadas en una pared blanca y nueva, casi sin estrenar, como nuestros corazones.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho :)
Espero que tu relato sea ficción. Si no lo fuera, te envío un abrazo enorme.
Un besito color púrpura
Las paredes se limpian, los corazones no.
: )
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